Wiki Shen'dralar
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Historia en la que toman parte Legión del Abismo, Zul'das y Cloé.

Relato[]

Fauceparda, la capital fúrbolg del norte, construida en el interior de un marchito Árbol del Mundo hecho trizas por los propios druidas hace miles de años. La corrupción se extiende a través de sus raíces hasta la punta más alta de lo que queda de su otrora vasto tronco, que forma ahora el muro que, a su vez, hace de su interior una fortaleza. Varias tribus habían ocupado aquel lugar y lo habían llamado su hogar. Varias tribus que han sido corrompidas y arrastradas a la desolación. Tribus enloquecidas sedientas de muerte y destrucción. Tribus que no dudaron ni un instante en declararle la guerra a todo lo que se acercase a su bastión, incluyendo a las mismas tribus que dentro habitan.

En lo más profundo del árbol hueco, escurriéndose por entre la penumbra, un joven cazador de sombras imploraba a Legba que le ayudase a salir de allí cuanto antes, pues, a pesar de estar curtido en miles de batallas, no podía presentir nada bueno de todo aquel mal que moraba en esa maldita ciudad donde se enfrentaban hermanos contra hermanos.

Trotaba, casi sin apoyar los pies en la madera, atravesando la carne de los enemigos que encontraba a su paso y pintándose marcas de guerra en su cara con la sangre que iba salpicándole las manos; pues previó una batalla inminente. En su carrera, lo contempló a lo lejos: un regimiento de fúrbolgs Colmillorrojo que le cortaba el paso y clamaban la piel del trol. Los contó por decenas, cegados por la ira y la confusión bajo un halo de indescriptible oscuridad que casi podía contemplar como si realmente tuviera forma. Era probable que fuera el fin para él: masacrado por una jauría de bestias perturbadas. No eran muy fuertes, pero eran demasiadas. No tenía miedo, no le temía a nada. Cerró los ojos y apretó con fuerza sus cuchillas, listas para llevarse consigo a por lo menos la mitad de aquellas desgraciadas criaturas. Ya podía sentir el aliento de sus hocicos, apestado por terrores desconocidos. Tomó aire y, exhalando un grito ritual y un vítor a su maestro, apresuró aún más su carrera y cargó contra ellos. Muchos se precipitaron al vacío a causa del fuerte impacto, muchos fueron degollados a causa de sus afiladas hachas; los bastantes que quedaban todavía en pie, se abalanzaron sobre él con hirviente furia al ver cómo los suyos caían sin piedad. Sintió varios cortes y se preparó para el final, para encontrarse con sus ancestros, cuando, de pronto, reverberó un aullido fantasmal que provenía de ningún y varios sitios al mismo tiempo. Sus plegarias habían sido escuchadas y los elementos enviaron dos lobos que acudieron a allanarle el camino; aún no había llegado su hora. Los fúrbolg huyeron aterrados por el instinto de supervivencia que provocaban las fauces de aquellas abominaciones que provenían de otros mundos y que desgarraban la vida entre mordiscos y ladridos. Como una sombra, el trol desapareció igual que llegó.

Corrió. Corrió todo lo que pudo ahora que había escapado de aquel malsano paraje en el que ningún mortal puede luchar contra la vileza que se había asentado. Su misión era otra, después de todo: recoger muestras de corrupción en aquel árbol que debía haber sido erradicado del mundo para siempre; nadie le dijo nada de extinguir a los Colmillorrojo. Para él, la misión es lo primero; y llevaba sus alforjas llenas; había tenido éxito.

Nadie lo vio al pasar, conocía aquel camino bastante bien y sus zancadas eran de varios pies de largo. Los venados se asustaban, los osos rugían con furia ante el halo de no luz que atravesaba Colinas Pardas y cualquier ser con una capacidad superior de razonamiento ni siquiera podía percibirlo.

De repente, frenó en seco ante un paladín humano que no sabía qué monstruo empapado en sangre era aquel que se le había aparecido enfrente. Se le escapó un «¡Por la Luz!» con una voz —si es que se le pudiera llamar así— temblorosa, entrecortada, a causa del susto que le provocó tal visión y que hizo lanzar su arma y su escudo hacia ningún lado.

—¡Zul'das! ¡Zul'daaaaas! —susurró una voz en la cabeza del trol. La misma voz que le obligó a frenar—. ¡Traición! ¡Atacan nuestras tierras! ¡Te necesitamos YA!

Se irguió, magnificando su figura de más de dos metros de largo y de músculos casi impensables para un trol de jungla. Las batallas lo habían curtido. El humano cayó con sus posaderas al suelo y pidió clemencia. Fue entonces cuando Zul'das se dio cuenta de qué era lo que estaba delante. Lo miró a los ojos, clavándole la mirada, fijamente. La sangre chorreaba por sus colmillos. Se agachó, contorsionándose de una manera terrorífica hasta rozar su cara con la de él, con una agilidad que el humano no pudo contemplar con el ojo, solamente como un parpadeo entre dos imágenes. Sonrió. Carcajeó violentamente. El paladín cerró los ojos, se cubrió la cara, gritó noes, imploró a la Luz que se apiadara de su alma. Sintió entonces una fuerte patada en el pecho que lo terminó de tumbar contra el suelo y casi le hace estallar el corazón...

Y de pronto: nada. Se apartó las manos y vio que el monstruo se había esfumado. Solamente las gotas de sangre y la huella en el pecho le hacían comprender que no había soñado y que aquel ser de los infiernos le había perdonado la vida.


El orco se estremeció. Zul'das había llegado. Su presencia era inconfundible.

—Tarde. Han huido —dijo. —Tenía coza' que hacé'. Ademá' de que e'taiz mu' lejo' y no podía llega' ante'. Yo ze' cazado' de zomb'a' y no mago. No pode' telet'a'po'ta'me.

—Te recomiendo que midas tus palabras ante un superior, trol —dijo una tercera voz, más melodiosa y aguda. El elfo de sangre no se dignó siquiera a dirigirle la mirada. Se encontraba agachado, examinando el camino—. Han dejado un rastro. La Alianza no deja de enviar a novatos sin instrucción para sus escaramuzas.

Se levantó, señaló hacia el norte. El yermo Baldío se extendía hasta donde alcanzaba la vista, pero el camino les llevaba directamente hacia la empalizada de Mor'shan, en la frontera con Vallefresno.

—Ya han venido y han saqueado —dijo el orco—, ahora huyen con el botín en las bolsas. —No llegarán: les cortaremos la retirada —contestó el elfo subiendo sobre su zancudo, emprendiendo la marcha.


No existe la paz en estos bosques, solamente la ausencia temporal de hostilidad; y mientras duraba, el clan Grito de Guerra se encargaba bastante bien en sus tareas de deforestación para mandar recursos y materias primas a Orgrimmar. Vallefresno parecía otra en estos momentos; el silencio solo era interrumpido por el lejano serrar que quedaba al oeste, detrás de ellos. En los años que llevan aquí, al servicio de la Horda y del ejército más sangriento de ella, nunca habían marchado sobre este vergel sin entrar en conflicto, dejándose maravillar por el hipnotismo de los árboles, la belleza de la flora y la fauna y la tranquilidad espiritual que uno sentía al contemplar la luz de las pozas. Era muy extraño que ni una maldita patrulla los hubiera interceptado yendo por el camino principal tal y como iban.

—Dividámonos —ordenó el elfo de sangre, dejando al brujo y al trol detrás suya. —Está bien —aceptó el orco y, sin más palabra, se giró hacia el norte. Zul'das se adentró en el bosque por el sur. Ninguno de ellos varió su rumbo inicial: Astranaar.

Si los esperaban en una emboscada, solamente cogerían a uno de ellos y, cada cual, podría llamar en su ayuda al resto sin que se diesen cuenta. Si ellos también se han dividido, iba a ser pan comido, pues seguramente no serían rival para cada uno de ellos.

El trol bajó por una empinada rampa y esquivó un par de árboles para encontrarse con lo que menos quería ver en este momento: más fúrbolgs; todo un maldito poblado para él solo. ¿Es que no iba a poder ver nada más hoy? Entre arbolitos raros de elfos y bichos redondos peludos, estaba empezando a cansarse. Se ocultó entre los arbustos para cavilar un plan. Quería atravesar sin ser visto, sin tener que molestarse en esquivar fúrbolgs sobre la marcha, pendiente además del ancestro protector y de otras criaturas de los kaldorei que rondaban por ahí y que podrían dar la voz de alarma; aunque sentía que los propios árboles que lo rodeaban lo habían hecho hace ya bastante tiempo. De pronto, la adrenalina fluyó y sus músculos inferiores se tensaron, saltando hacia la vista y dejando aplastar su escondite por unas garras felinas. Preparó una guarda, agitó sus fetiches vudú y agarró sus cuchillas. La elfa druida emergió de nuevo de un salto, transformándose en pleno vuelo y cayendo a varios metros frente suya.

De corta estatura, mas de vistosos músculos, era lo que más llamaba la atención a la par de sus ojos, que no mostraban más amenaza que curiosidad. En su rostro podía leerse un sin fin de preguntas. Zul'das no se movió un ápice, le concedía a ella el primer movimiento y, según lo que hiciera, la atacaría o se esfumaría de allí sin darle tiempo a reaccionar. Pero ella tampoco hizo nada, solo sonrió y se dirigió a él en un perfecto Zandali, con muchísima confianza, como si le conociera de toda la vida, en aquellos lejanos tiempos en las más lejanas islas:

—¡Qué! ¿De turismo por Vallefresno?

Aunque en un primer momento le sorprendió que hablase con total fluidez la lengua de los trol, y más aún esa extraña nostalgia que le rodeó, no bajó la guardia más que por ese mísero segundo. Todavía notaba las fuertes pisadas del ancestro protector y tenía los sentidos preparados para poder localizar cualquier enemigo oculto. Pero la elfa se relajó y se llevó las manos a las alforjas.

—Nada. Dile a tus amigos: el de síndrome de carencia de maná y el otro; que no hay humanos en territorio Aliado en Vallefresno —dijo mientras sacaba unas hierbecillas.

Hubo un incómodo tiempo de silencio mientras ella envolvía las hierbas en un papel fino y él permanecía inmóvil, atento, siempre atento. La elfa se percató de esto.

—Tampoco hay elfas de la noche preparándose para darte caza; ni siquiera el ancestro protector va a darse la vuelta. Y los humanos ya han tirado hacia el sur.

Zul'das apretó su mandíbula. Estaba empezando a cansarse del jueguecito y pensaba en dar él el primer paso. Si fuere una imprudencia, ya se ingeniaría la manera de escapar de allí rápidamente; de peores había salido sin un rasguño. La elfa se encogió de hombros en el momento en el que él estaba convencido de que era la hora de atacar.

—Tú sabrás. Aun así, en cinco segundos estarás trotando hacia los Baldíos.

Las sombras de la copa de varios árboles se agitaron un instante y la elfa se fundió con ellas, esfumándose de la vista del cazador de sombras; el cual, descansando un momento su postura, recogió veloz su guarda y se dispuso a salir trotando hacia Astranaar cuando un huargo emergió de entre la maleza.

—¡Zul'das, nos vamos! ¡Intentaban atacar Puesto del Hachazo, pero Noblaire los ha espantado hacia el sur de nuevo! Hemos conseguido refuerzos: vamos a patear esos culos rosas.

Clavándosele las palabras de la elfa de la noche en la memoria, Zul'das asintió y siguió la orden de su superior orco. Tras cinco segundos después de que la druida desapareciera, estaban de camino a los Baldíos, encontrándose con el resto del grupo e ideando un plan sobre la marcha. La empalizada de Mor'shan estaba hasta la bandera de soldados yendo de aquí para allá: había arrollado a los brutos que estaban de guardia un grupúsculo de humanos que se dirigía a todo correr hacia el Cruce.

Zul'das creyó escuchar en el canto de un cuervo. Y aunque desconfiaba de cualquier animal alado y con plumas, este le llamó la atención. Parecía repetir una y otra vez palabras en Zandali y un nombre humano: «Humanos... Isla... Theramore... Humanos... Isla... Theramore...». Los seguía desde lo alto, muy alto. Ningún otro parecía darle demasiada importancia, pero Zul'das atisbó la esencia de la druida en cada aleteo. Seguían a trote y el Cruce ya se alzaba ante ellos. Los guardias le repitieron lo mismo que el cuervo: Theramore.

Ahora, le rondaban en la cabeza varias dudas y varios planteamientos acerca de la kaldorei. ¿Traición? ¿Rencilla entre grupos de la Alianza? ¿Una trampa? ¿Una elfa sin lealtad que solo busca ver sangre? Recordó sus ojos: unos ojos caóticos, sí y no, norte y sur, blanco y negro. Unos ojos que no había visto jamás en ningún elfo de la noche, macho o hembra. Sus compañeros estaban decididos a ir. No le temían a nada. Eran la Legion del Abismo y Theramore para ellos no era más que un puerto mal defendido al que podían ir y destrozarlo sin problemas. Seis únicos soldados podían burlar esas murallas y llevarse la cabeza de aquellos que han osado provocarlos con su patética, pero exitosa, maniobra de ataque, disuasión y huida. Desechó los malos pensamientos, le traía sin cuidado lo que quisiera hacer una patética kaldorei. Su espíritu no conoce ni el miedo ni la retirada y ya podía presentarse todo el ejército de Darnassus allí, que iban a llevarse con ellos más de una vida.

—Se van a cagar —se escuchó al elfo murmurar entre dientes.


Isla Theramore era la fortaleza de Jaina Valiente situada en el extremo de Marjal Revolcafango, comunicada con el resto del continente por un mero puente. Existía un pacto de no agresión, todos conocían a la humana y la amistad que guarda con el Jefe de Guerra; aunque era un pacto de no agresión muy débil y tenso, que se rompía de tanto en tanto en diversas escaramuzas y ataques no reivindicados directamente por la Horda, a pesar de que fueran perpetrados por sus soldados. Aun a pesar de todo, nadie se esperaría que allí fuesen horriblemente masacrados un grupo de humanos de Ventormenta de la manera en la que fueron masacrados.

Llegaron buscando refugio. Habían cabalgado desde Vallefresno hasta el Marjal Revolcafango, perseguidos por la Horda sin ningún motivo, pues habían «hecho un viaje directo desde Astranaar hasta Theramore sin provocar a ningún orco, tauren o trol; ni siquiera nos habíamos acercado a sus asentamientos». Los acogieron, les dieron de comer y beber, baño y cualquier otra comodidad; y les prepararon un viaje de vuelta hacia los Reinos del Este. Todo estaba saliendo como había sido previsto.

—Saqueamos el Cruce. Vacilamos a cuatro apestosos, incluido el elfo. Nos damos un paseíto por Vallefresno. Los mareamos un poquito y de regreso a todo correr a casa. ¡Vaya hatajo de «mierdas»!

Se regodeaban de su hazaña mientras paseaban camino al muelle donde habrían de esperar al barco que les llevaría de vuelta. Sus monturas cargaban con los objetos de valor robados que venderían en la subasta y que les solucionaría un par de años de su vida. Estaban tan convencidos de que habían salido victoriosos de tan aplastante manera que no se percataban ni de lejos que unas sombras que los observaban desde las almenas no eran precisamente de humanos ni elfos de Theramore.

Lo habían planeado bastante bien. El brujo los espió con su magia negra y el trol avistó todos los puntos estratégicos en los que podían situarse. El mago calculaba una y otra vez las rutas de los guardias y trazaba un plan con su compañero cazador y el paladín para caer sobre ellos con el tiempo suficiente para aislarse de Theramore y, posteriormente, huir. Zul'das y el cazador permanecerían en lo alto de las murallas mientras el paladín y el brujo se ocultaban bajo los muelles flotando sobre el agua gracias a un embrujo del trol. El mago Renegado que quedaba ya se había mezclado con los trabajadores del muelle, bajo un gran atavío de seda que le ocultaba prácticamente todo el cuerpo y disimulando su olor a base de magia y perfumes.

Pese a ser enemigos, todos conocían bastante bien la Lengua Común y entendían de sobra esos insultos gratuitos y cómo se jactaban de su acción tan cobarde, adornándolo todo con mentiras y más mentiras. El orco intentaba contener al elfo de trepar por el muelle y desgraciarlos a espadazos de canto ahí mismo. Pero aún no era el momento... «Espera, los guardias, las rutas...», le susurraba el orco. «Los voy a reventar, los voy a reventar, los voy a reventar...», no hacía más que repetir el elfo.

Zul'das podía ver la escena. Él y su compañero cazador se llevaban las manos a la cabeza y podían ver cómo el Renegado casi comete el error de hacer lo mismo. El agua chapoteaba furiosamente mientras los que estaban debajo del muelle se debatían si tenían que esperar al momento que les indicó el mago o si deberían de mandarlo todo al garete y liarse a tortazos ahí mismo, con toda Isla Theramore si hace falta. Contaron los segundos como si fueran horas. El grupo de humanos se empezaba a percatar del extraño comportamiento del agua. «Vamos... Vamooos...». El último guardia estaba a punto de salir de la zona de aislamiento. «Dos pasos más... Dos pasos más... ¡Vamos, hijo de ogra!». El paladín del grupo de humanos se asomó al agua y se topó con un diablillo que le quemó la cara exactamente en el mismo momento que el guardia le dio la mano en señal de relevo a su compañero. El gritó del paladín dio la voz de alarma, pero ninguno de ellos llegó al puerto, pues lo separaba de ellos un inmenso muro de fuego que se alzó ante ellos de repente.

Con un poderoso, aunque más bien armonioso, grito de guerra, el paladín elfo de sangre atravesó las maderas y cayó encima de aquel humano charlatán que le hinchó las narices momentos antes. Una gran sombra se apareció sobre las aguas y pequeños demonios saquearon todo lo que vieron en los barcos y en los puertos, llevándose vidas de inocentes consigo. Los espíritus se levantaron y se escucharon aullidos de lobo y fuertes rugidos por doquier. Flechas silbaron sobre las cabezas de los humanos. Una lluvia de fuego y hielo se manifestó sobre ellos. Murieron muchos civiles en ese momento; civiles que estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. Los «héroes» de la Alianza opusieron resistencia, pero la furia de los legionarios y su compañía cayó encima suya, aplastándolos sin compasión. Solo un par consiguió ponerse a salvo y huir a tiempo, atravesando el fuego sumidos en el terror mientras el mar se teñía de sangre en un siniestro atardecer.


Una druida elfa de la noche reposaba sobre la torre más alta. Al oeste: los soldados de Jaina apaciguando el fuego. Al este: un comando de la Horda se alejaba del lugar del crimen. Aún más al este: los refuerzos de la Alianza capitaneados por una humana bastante conocida iba a encontrarse con los de la Horda. La elfa se sonrió, «¡Mira tú qué sorpresa! Esto no me lo esperaba», y echó a volar en dirección a ninguna parte...

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